
Un cenicero de papel plata. De vez en cuando un ronquido.
Humo pululando en el ambiente. Dos botellas de agua rodando por el suelo, y una
bolsa a modo de papelera. Alguien escuchando música con sus cascos y otros
leyendo prensa recién horneada. Un chiste. Una calimba. Otro chiste. Risas. Unos
pies fríos y otros calientes. Unas gafas de sol . Una bufanda. De repente
silencio. Ventanas tintadas. Miradas perdidas contemplando el horizonte. El sol
entremezclado con las nubes. Unos chicles. Algunos cigarrillos y un bocadillo
de jamón...
…Una
furgoneta atestada de músicos de vuelta
de un concierto.
Ese arca con ruedas que transporta a los músicos de una
ciudad a otra como espantajos, que sin sus instrumentos en las manos se vuelven
vulnerables en una soledad colectiva, quizá pactada en la condición del
artista. El músico sin el escenario, sin su adrenalina, casi exhausto
engullendo uno a uno los kilómetros de
la carretera, es simplemente una polichinela cuasi inerte, que espera volver subir a escena y cobrar vida de nuevo.